El otro Dream Team


Ateo, anarquista, surrealista y tozudo aragonés, Luís Buñuel vivió durante unos años en la efervescencia del Hollywood del lujo desmedido y la pompa del estrellato. En pleno exilio tras la Guerra Civil, la Warner Brothers le contrató como jefe de los doblajes de sus películas para América Latina. Eso le permitió ver centenares de películas comerciales. En su biografía comentaba que ese empacho de cartelera le permitió desglosar el argumento y el final feliz de los largometrajes viendo solo los primeros minutos del metraje.

Siempre tengo esa misma sensación buñueliana cuando veo una película de deportes. Parecen que los guiones los sacan de una fotocopiadora. Una tras una, pocas son las que se desvían del estereotipo del grupo desunido que supera todas las dificultades y pronósticos para lograr una victoria en la que solo creía un terco entrenador con métodos cuestionables y geniales. Echen un vistazo a su videoteca y tendrán varias referencias (también maravillosas excepciones).

Cuando me dijeron que había una producción sobre el Europeo de 1935 me quedé a cuadros. ¿Quién podía hacer un film de un campeonato del que casi no existe documentación? ¿Cómo habrán adaptado la historia? ¿Sería acertada la caracterización de la pista, de los equipos, de los españoles…? La curiosidad se adueñó de mi con mil preguntas por contestar y no reblé hasta que encontré una copia y en ella todas las respuestas. La digerí sin pestañear, rebuscando los detalles de todo lo que he leído sobre este evento, que no es poco, en el que España obtuvo la primera medalla internacional de su historia, y esperando impaciente como habrían afrontado la producción, el vestuario, la adaptación del estilo del juego de entonces, de las reglas… y la interpretación de la final.

La nacionalidad de Dream Team 1935, como se llama esta rareza, colocaba de antemano muchas de mis dudas en un punto de vista distinto al mío. La peli es letona, es decir, del país que se llevó el primer torneo continental que se celebró, exactamente en Ginebra. Y como tal, ensalza y centra la historia en todos los problemas y soluciones que el seleccionador Valdemars Baumanis halló para obrar la proeza. La catarsis de un técnico en el que nadie creía, que tuvo que fusionar a un grupo de enemigos locales a base de disciplina y esfuerzo, costearse todos los gastos y trabas que le ponían sus propios federativos para vivir una aventura imposible que terminó en gloria por un orgullo de superación incomparable. En fin, un ‘Hossier’ con un tufo a nacionalismo letón que echa para atrás, pero que fue candidata a los Oscar de habla no inglesa.

Más allá de esta interpretación patriota del asunto (enmascara la superioridad física de los balcánicos que les llevó al triunfo y silencia la derrota dos años después ante Lituania), la cinta es todo un descubrimiento y en conceptos generales, tiene un cuidado estricto sobre la historia y es sobresaliente la confección de los trajes de juego y del desarrollo de los partidos, pese al dramatismo argumental que se añade en la final contra España. No es tanto la adecuación de la forma de jugar, difícil de cuadrar por la falta de imágenes en movimiento (vean estas de 1939), aunque si de las reglas (había salto entre dos tras canasta). Tampoco clavan la escenografía de la cancha, de la que hay fotos que no cuadran como las reconocibles canastas de armazón blanco, ni aspectos tácticos como el scouting que hace el protagonista cuando apenas se sabía quienes iban a ser los equipos participantes (varias naciones se descolgaron a última hora) y menos había informes sobre los contendientes (España fue a la cita tras jugar solo un partido previo contra Portugal). En el bloc de Baumanis se señala el peligro español como ‘Little Devil’, el pequeño diablo, refiriéndose a Rafael Martín, un pequeño y escurridizo jugador que catapultó a España a la semifinal con una actuación estelar ante la favorito Checoslovaquia. En el duelo decisivo, según las crónicas, su acaparador egoísmo restó fuerzas a los hispanos y precipitó su derrota.

Después de leer tanto sobre Mariano Manent, los hermanos Alonso, Emilio y Pedro, Joan Carbonell, Armando Maunier, Rafael Ortega, Cayetano Ortega, el citado Martín (al que apodaron en Ginebra el pequeño Zamora, por el famoso portero español del momento) y mi amado Fernando Muscat verlos en carne y hueso tras esos actores letones con las camisetas republicanas del león me ha dado un escalofrío, pese a que la versión en inglés es cómica en los comentarios en español e inglés que Manent da a sus pupilos en los tiempos muertos. Solo por eso Dream Team 1935 se merece un vistazo.

Las malditas guerras, esas que llevaron al exilio a Buñuel, rompieron ambos equipos. El español no pudo acudir a los Juegos de Berlín (Ortega murió en la contienda como aviador republicano), la primera cita olímpica del baloncesto porque pocos meses antes un gallego bajito le dio por triturar la democracia de todos. El letón sucumbió en el intercambio de tiros de la Segunda Guerra Mundial. En los típicos rotulitos de ‘que fue de…’ que sitúan el futuro de los personajes en los minutos finales se descubre el desenlace de los jugadores bálticos, unos asesinados por los nazis, otros por los soviéticos en Siberia, en el frente o defendiendo la resistencia. Una de esas historias calladas de nuestro baloncesto que no deberíamos olvidar.

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El equipo letón a su llegada a Riga tras vencer el primer Europeo
El equipo letón a su llegada a Riga tras vencer el primer Europeo

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