Antimadridista


Soy antimadridista.

Pero admiro a Pablo Laso por haber logrado ganar jugando bonito y su valentía por confiar en jugadores jóvenes sin perder sus principios. Me parto cuando saca su retranca en los tiempos muertos. Y salvo ligeras excepciones, muy puntuales, me parece un adversario que elude polémicas y sabe mantener el tipo en distintas e incómodas situaciones.

Soy antimadridista.

Pero tengo en Chus Mateo a una persona cabal e inteligente, de esas con las que da gusto cruzarse, saludarse o tomar un café si se tercia. Me alegro de que el futuro le haya colocado en el lugar donde el pasado le fue esquivo.

Soy antimadridista.

Pero me he flipado con la magia de Sergio Rodríguez, con la potra de Llull, con la huevera de Felipe Reyes, con el talentazo de Facu Campazzo, con la tierna exhuberancia de Lukita Doncic, con el pundonor crepuscular de Rodolfo, con el minimalismo anotador de Jaycee. Grandes jugones de los que disfrutar.

Soy antimadridista.

Pero aplaudo la eficacia ganadora que ha logrado Alberto Angulo en la cantera. Alucino con Valdebebas y la pedazo de instalación y personal que anda por ese paraíso. Abrazo a entrenadores en mayúsculas como Mariano de Pablos y considero colega y amigo a gente que está o que ha estado recientemente por ahí como Alejandro Santana, Jorge Manzano, David Sánchez…

Soy antimadridista.

Pero si tuviera que irme con un jefe de prensa ACB a una isla desierta seguramente sería con Gica. O estaría en la terna final. Siempre accesible, directo y honesto, atento y puntual. Profesional. Además de Usera, por supuesto. Salvo que sería imposible sacarlo de la zona, por el resto, ‘chapeau’.

Soy antimadridista.

Pero sería imposible entender sin Corbalán, Jackson, Linton Townes, Sabonis, Biriukov, Santos, Martín, Bodiroga, Raül, Herreros… muchas de las razones por las que soy del baloncesto.

Soy antimadridista.

Pero cuento con los dedos de las manos y los dedos de los pies a todos esos amigos que son madridistas hasta el tuétano y me alegro tanto de haberlos conocido. Esos que me zarandean a bromillas guasonas cuando ganan otro derbi. Y a esos a los que saco los colores recordándoles la billetera y, si alguna vez pierden con el Estu, me toca celebrarlo como si no hubiera un mañana. Normalmente entre cañas, una u otra escena. Eso es lo de menos.

Soy antimadridista, porque es el rival deportivo, el que está en la otra orilla, porque me alineo con el lado más débil, soy un Jedi, voy con los pobres (si los hay en el deporte profesional), quizá es que soy más romántico que Lord Byron (Scott). Y suma a eso un mucho, o casi todo, de folklore. Porque es una coña marinera.

Soy antimadridista pero no soy antinadie y menos anti los madridistas. Ni de lejos.

Y si lo fui, cada vez lo soy menos. Porque sé distinguir lo que me gusta y no me gusta, el buen baloncesto del no tan bueno bajo mi criterio. Valoro la creatividad, el arte, las buenas formas, la educación, la amistad… Creo que sé discernir mi propia visión por encima de las pasiones cegadoras. Considero que sé diferenciar entre personas con buenas y malas intenciones, pongo por encima de criterios emocionales otros puntos dominantes en mi vida.

Si algo voy a sacar de esta situación de mierda es eso. Es que quiero seguir siendo lo que soy, pero no por ello tener que ce(a)garme en contra de nadie. Compartimos tantas cosas y más en estos momentos, donde la vida y el respeto a los demás está por encima de todo, como debería estar siempre, que me ha saturado tanto enfrentamiento y confrontación. Tanto tú contra mí. Tanto negro y blanco. Estoy hasta las pelotas de básket de las trincheras por narices, de obviar sistemáticamente lo que nos une, de ensalzar aquello que es inútil. Harto de no saber entender nuestras diferencias, discutirlas y enfrentarlas, empatizando y tratando de comprender sin dejar de ser lo que soy, o si, quién sabe. Que una cosa no quita la otra. Con ganas locas de volver a ver al Real Madrid por la tele jugar tan bien a mi deporte. O mejor, en el Palacio sin virus. Y luego que mis amigos vikingos se metan conmigo porque nos han vuelto a meter una tunda. O no. Pero con esas cañas bien frías. Y una de mollejas.

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